Las ciudades a veces existen fuera de nosotros, pero se dan forma y se convierten en objetos maleables unicamente por el conjunto de sujetos que la habitan. He pensado toda la vida que Quito es Quito por el Pichincha, pero tambien lo es por el arrastre de la lengua de quienes viven ahí, y por las manos en los bolsillos de las miles de personas que las guardan del frío.
Cuando pisé Paris eran las 7 de la mañana, estaba oscuro y afuera de la Cité Université no había nadie. El mapa y la maleta me recordaban que no hablo francés y que esa ciudad estaría bien con un guía traductor, pero yo estaba sola y estar solo es siempre lo mismo aunque el eufemismo sea vacaciones. Esa mañana un señor muy amable que no hablaba inglés y al que solo le entedí “Costa Rica” (a lo que yo respondí “no, Ecuador”) cogió mi maleta, la arrastró por la calle y me dejó en el número que indicaba la dirección que yo tenía en el papel de cuadros escrito con pluma azul, me dijo “aqui es” es un castellano penoso, me sonrió y se fue. Quise yo abarazarlo pero los europeos para mi son un misterio.
Yo no conozco Francia. Paris es solo la capital de un país con una historia fantástica que no entra en sus museos, que le da el culo a España y que parió hombres como Renoir solo para el consuelo de mis piernas; en Paris una señora muy simpática prefirió explicarme en mi idioma cómo llegar a la estación del metro, los meseros me contaron la historia de la cidra y una cajera dijo que mi tarjeta estaba al tope con un vozarrón encerrado en su romántico francés. Tuve ganas de contemplarla.
Hay lugares en Paris que se mueven porque en ellos se mueve gente que no desciende de Napoleón, que no piensan en el diseño de sus tumbas ni en la perfección para que quienes la miren se vean en una obligada reverencia. Hay gente que come con los euros que ganan al tocar el acordeón en el tren. Una casa de cartón a las orillas del Sena.
Quintin, un parisino que vive aquí me decía una vez que no tiene sentido reducir las horas laborales en su país, pero que tampoco tienen sentido muchas otras cosas y que esta vez fue mejor salir librado. Para mi el voto no tiene que ser una batalla y los jardines de Luxemburgo no son, ni remotamente, los más hermosos que vi.
Yo creo que si un país hace cosas como Les enfants du paradis , los ciudadanos de ese país deberían tener tiempo para poder verlo.
La vida se contiene sola. Los franceses son gente que sabe construir su propia historia, aunque no siempre tenga un final feliz, y en su lista de grandes logros supongo que estará el saber aceptar sus derrotas. Mi papá el otro día me preguntó si es que yo sé por que en Francia se vendió tan bien el codigo da vinci y no supe qué responder.
Guayaquil tiene unos problemas fantásticos pero es todavía muy Guayaquil; una ciudad construida a través de la posibilidad de las infinitas interpretaciones que se reinventa constantemente, en cambio Paris parece estar segura de que siempre ha sido ella la misma dama y que su belleza es la más conmovedora de todas.
Se me ocurre que Francia es también todos los demás parias que la habitan