Monday, September 11, 2006


La semana pasada viví pensando en la importancia de una pierna; no de las dos, solo de una. Me imaginé la vida sin una de ellas, y pensé en qué pasaria si de pronto tuvieran que sacármela porque se me pudrió, o porque sencillamente esa pierna, la derecha, se niega a vivir un día más conmigo.


Entendí que, partiendo del concepto básico del asunto, me convertiría en una coja. No importarían ni mi nombre, ni mi color de pelo; y aunque seguiría siendo solo yo, tendría que empezar a concebirme como la yo de la pierna menos. Además, la otra, la izquierda, no se duplicaría para suplir la ausencia de la extremidad perdida, y entonces las cosas que hasta ahora hago sola, por pura misantropía, se convertirían en una propuesta colectiva.


Las miserias implícitas serían, desde el día de la ausencia, una larga lista de asuntos publicos en mi casa. Ellos tienen la mala costumbre de hacer de la mierda un asunto de todos, asi que mejor piense en la idea de un pestilente llamado ciudadano.



Por ejemplo, ayer entendí que hay cosas más fuertes que eso que se siente cuando se ve una pierna enferma. Pude por fin acostarme al lado del tío que me queda y ver fijamente su venda; además, preguntar (como si entendiera la respuesta) qué dice el medico del asunto, y cómo avanza la cuestión de los pedazos de la piel que ahora solo le estorban.


Gloria, su segunda esposa, ha desarrollado en estos días una extraña capacidad gestual. Aparentemente esa expresión de abandono es la unica que le queda, y me imagino que ha decidido utilizarla para todo. Para decir que mañana hay otra limpieza en la herida, o para anunciar la llegada un de un nuevo antibiótico.


Hay cosas que deberían llamarse de otro modo.