Monday, July 31, 2006

Hace tiempo que Gaby no subía a mi cuarto. Ayer, mientras se fumaba un cigarrillo, me preguntaba que si mi cama era nueva, porque la veía más grande; le dije que de alguna manera sí, que esa cama la heredé de mi tía que estaba muerta, y que ella casi no la usó, asi que era prácticamente nueva.


Dijo que le daba susto, pero le contesté que a todo se acostumbra uno. Sé, por ejemplo, que la enfermedad de Cache deja un olor particular en mi casa, que los partos de los perros huelen a sal guardada, y que la sangre que dejan impregnada en los colchones tiene para ellos una connotación tan simbólica como lo eran los rituales para las tribus aztecas. Y a todo esto se acostumbra una.


Mi comodidad tiene un precio. Desde que duermo en esa cama todas las noches suelto una ligera e imperceptible oración que tiene como unico objetivo hacerme cerrar los ojos con cierta tranquilidad; he llegado a suponer que la que suspira religiosamente es mi tía y no yo, y como esa es su cama, pues son sus ideas las que se mueven antes de que yo me acueste a dormir.


Hay paredes que parecen hechas de cartón. Pero luego pienso en que la sensación que se tiene en mi casa, de vivir con toda la gente de mi cuadra dentro, se debe a que es una costrucción vieja, por lo tanto, las paredes habrán desarrollado una porosidad húmeda que deja sentir de cerca el cáncer del vecino que odia a Olivia por ser “el perro con el color del demonio...”, la asquerosa mucosidad que lleva en su garganta el señor de atrás, y los morados inexplicables de la apolónica vecina de la derecha. Jaqueline se llama


Me acostumbré a eso, a bañarme con agua fría, y a levantarme de madrugada a poner la mano en la nariz de mi perra. Leer el cuerpo de Cache no me convierte en un genio, ni en mejor ser humano, apenas me da la certeza de que establecimos una manera de comunicarnos para hacernos la convivencia más llevadera. No llegamos ni siquiera a un ensayo corto sobre la manifestación de las especies.


Olivia no rechazó a ningún perro. Eso significa que todos están sanos y que ella considera que la fotaleza física de sus hijos es la necesaria para no morir en el intento; los 4 perros nuevos entran en mi mano, no tienen nombre y saldrán de una casa llena de costumbres poco sanas, lo que los hace capaces de convivir en cualquier lado.


Ahí se queda la mancha en el colchón y los olores, que por costumbre, son ahora imperceptibles.

 
Thursday, July 20, 2006

Contrario a lo que dice mi profesor de yoga, yo no puedo poner un pie en la calle e imaginarme (o saber) que hay miles de seres de luz que me rodean, sino que mas bien pienso en los seres humanos que caminan irrepetuosamente a mi lado, invadiendo, empujando, agarrando, y trato de evitarlos. Esta mañana salí de casa pensando en la Metrovía.


Cuando tenía 19 (o 20) años cogí un bus por primera vez. Las razones por las que nunca había estado en un transporte público son personales y además, vergonzosas o ridículas, según el criterio de cada uno de ustedes, pero puedo decir que esta defloración urbana fue algo casi poético, tanto, que el episodio alcanza facilmente la definición de sublime.


La Ebenezer, línea 107; así se llama el bus que a los de la Católica nos dejaba en el paradero de la Carlos Julio Arosemena; la primera vez que lo tomé fue de regreso a casa y porque el Safadi me obligó, me pegó tres gritos en el paradero y me empujó hacia las mínimas escaleritas de este microartefacto. Detras mío se subió un payaso tísico, con ojos verdes, a contar chistes agrios, y a decir que su hija estaba en el hospital, que “lo que sea su voluntad por favor”. Lloré apoyada en un asiento que decía Carlos y Luisa se amarán x 100pre, y encontré en la historia del payaso la excusa perfecta para abandonarme al desconsuelo sin que nadie más se diera cuenta.


El payaso ya no es payaso. Se sube de frente a contar chistes, con la cara lavada. Seguramente el disfraz se le rompió y ya no puede comprar otro; ya no dice que la hija se está muriendo, porque se habrá curado, porque nunca estuvo enferma, o porque sencillamente ahora sí esta muerta. Los estudiantes siguen dándole dinero de manera instintiva. Es que hay algunos que ya se están graduando y ubican al flaco desde el pre.


En la ebenezer la mayoría del tiempo me tocaba ir de pie. A veces porque no había asientos, otras veces porque el largo de mis piernas chocaba con el asiento de adelante; de día, el chofer gritaba “si pasa paco, se agassshan pelados, que me arman pito y ando chiro”, de noche, apagaban las luces por la zona universitaria para salir bien librados de cualquier cuervo. La música era siempre la misma, teconocumbia, salsa, y regueattón.


Ya no uso buses, se han vuelto innecesarios por diversos motivos, unos cuantos bastante patéticos. Sin embargo, se me ocurre que la próxima vez que me suba a uno quiero sentir que el de atrás me roza solo porque quiere, no porque no tiene otra opción. No quiero un puesto sentada, como premio a haber ganado una de las miles de batallas diarias que tendrán que librar otros cuerpos ajenos al mío, con cientos de fobias nefastas.


El lugar que tenemos en el discurso urbano tiene que prestarse a miles de lecturas, y tiene que entregarse a la concepción de la identidad del guayaco, a que comemos “mojado”, cantamos y hablamos alto. Habría que entender que tantos modales europeos no tienen mucho sentido en nuestras manos.



 
Wednesday, July 19, 2006

Según Eduardo, Yuki es una de las mejores poetisas que hay en esta ciudad; la compara con la Pizarnic, y además, pasó meses animándola a entrar al taller literario de Donoso Pareja. Yo debo decir que de poesía sé muy poco, que mi análisis a este género se remite a la simple impresión, y que se queda en un nivel bajísimo, subjetivo, y carente argumentos literarios. Y esto lo que hace es que mi crítica a la escritura de Yuki sea hermosísima, solo porque soy su amiga.


Las primeras veces: un poema que hablaba de sangre y un libro de Clarice Lispector. La asiática hablaba de la ausencia de las figuras, y la Lispector me contaba que una de las formas más humanas de abandonarse es llorando la muerte de un perro. La poesía me recordó el estado casi irreal que vive la femeneidad cuando la madre está muerta; aunque siga estando viva. El cuento en cambio proponía (con exigencia) que cuando los perros son solo figuras de reemplazo, el amor que se les dá es sencillamente el que somos incapaces de sufrir.


“...la sangre denunciaba a una hija sin nombre,

a una naturaleza extraviada...”


“...entonces comprendí que fuiste tu quien tuvo un hombre, no yo quien tuvo un perro...”


Las imágenes que utiliza Yuki son parecidas a la desolación, y su sensibilidad se extiende hasta cubrir con poemas la tristeza de los demás, como si este gesto nos aligerara la carga. Como cuando le conté de mi etapa de negación, y al poco tiempo recreó en versos mi necesidad de olvido.


Estoy esperando a mi amiga la poetisa, y a su maleta de tristezas. Seguro me dirá que estoy más alta, entonces me tocará ser imbécil y decir “a ver china, el mundo es un lugar malo y es necesario que dejes de creer que la gente crece aun cuando es adulta”. Se me va a cagar de risa, porque sabe que la gente ya no crece a los 23, y porque nunca entenderá mi mala costumbre de tirarle al piso todas sus frases infantilmente suicidas.


A veces creo que las mujeres estamos solas, o peor aun, que es solo algo que esta implícito en el hecho de tener vagina.



 
Monday, July 17, 2006

El viernes estuve en el lanzamiento de Abril Rojo. Debo ser honesta y decir que no pensé encontrar tanta gente, por esto de que suelo subestimar a las personas, o porque sencillamente estoy “out” en lo que a booms literarios se refiere y no tenía ni idea de que el premio Alfaguara causara tanta espectativa. Sea quien sea su autor.


Santiago Roncagliolo, el escritor, mostró el pedazo de su memoria del que venía su novela. Dijo que era peruano y que su país, en la época en la que el era joven y estudiaba allá, era una bomba de tiempo; explicó de una forma sencilla lo que significa crecer en medio de la violencia terrorista producto del fanatismo de sendero luminoso. Y recordé la obsesión que alguna vez tuve por Abimael Guzmán.


Como todas mis fijaciones, después de un tiempo el estudio de los marxistas, leninistas, maoistas pasó a segundo plano, y estoy casi segura que fue ahí cuando entré a obsesionarme con la Perestroika. Aún creo que si yo hubiese sido rusa el mundo fuera un lugar mejor. Aunque la existencia de los personajes no requiera de moralejas.


Los problemas son los mismos de cuando mi interacción con la cultura se reducía a ir al teatro de la alianza: la enseñanza de la obra, la inspiración del autor, el por qué del trabajo del escritor... Sujeté el sweter rojo de Mayté y le dije, con la voz más baja que pude, que la vergüenza ajena es terrible, asesina si se quiere, porque nunca se recupera lo perdido con el atrevimioento de muchos otros. Eso, y la analogía que hago con los judíos, me hacen pensar en que los conflictos siempre nacen del desconocimiento y la vergüenza de una identidad ajena.


Hen Su suele ser ácido y crítico (ya lo vio ud mismo), y con la frase que le robé para titular el post me obligó a pensar en el desenfado, y en que las conversaciones literarias deberían perder la solemnidad: que toda emoción es permitida siempre y cuando se exprese, como en el fútbol: sentir que cuando llega el gol (letrado) la puteada semántica que fue reconstruida por las palabras se nos sale inevitablemente.


Pantomima significa representación gestual, una puesta en escena en donde las palabras son sustituidas por unos cuantos gestos y exageradas actitudes. A veces la interpretación puede ser inconciente, como yo, que lo expreso todo con miles de caras provenientes de cientos de otras yo; significa actuar y decir “ya pues, hablamos”, y pensar que cualquier otra frase no respondería a las exigencias del personaje.