El viernes estuve en el lanzamiento de Abril Rojo. Debo ser honesta y decir que no pensé encontrar tanta gente, por esto de que suelo subestimar a las personas, o porque sencillamente estoy “out” en lo que a booms literarios se refiere y no tenía ni idea de que el premio Alfaguara causara tanta espectativa. Sea quien sea su autor.
Santiago Roncagliolo, el escritor, mostró el pedazo de su memoria del que venía su novela. Dijo que era peruano y que su país, en la época en la que el era joven y estudiaba allá, era una bomba de tiempo; explicó de una forma sencilla lo que significa crecer en medio de la violencia terrorista producto del fanatismo de sendero luminoso. Y recordé la obsesión que alguna vez tuve por Abimael Guzmán.
Como todas mis fijaciones, después de un tiempo el estudio de los marxistas, leninistas, maoistas pasó a segundo plano, y estoy casi segura que fue ahí cuando entré a obsesionarme con la Perestroika. Aún creo que si yo hubiese sido rusa el mundo fuera un lugar mejor. Aunque la existencia de los personajes no requiera de moralejas.
Los problemas son los mismos de cuando mi interacción con la cultura se reducía a ir al teatro de la alianza: la enseñanza de la obra, la inspiración del autor, el por qué del trabajo del escritor... Sujeté el sweter rojo de Mayté y le dije, con la voz más baja que pude, que la vergüenza ajena es terrible, asesina si se quiere, porque nunca se recupera lo perdido con el atrevimioento de muchos otros. Eso, y la analogía que hago con los judíos, me hacen pensar en que los conflictos siempre nacen del desconocimiento y la vergüenza de una identidad ajena.
Hen Su suele ser ácido y crítico (ya lo vio ud mismo), y con la frase que le robé para titular el post me obligó a pensar en el desenfado, y en que las conversaciones literarias deberían perder la solemnidad: que toda emoción es permitida siempre y cuando se exprese, como en el fútbol: sentir que cuando llega el gol (letrado) la puteada semántica que fue reconstruida por las palabras se nos sale inevitablemente.
Pantomima significa representación gestual, una puesta en escena en donde las palabras son sustituidas por unos cuantos gestos y exageradas actitudes. A veces la interpretación puede ser inconciente, como yo, que lo expreso todo con miles de caras provenientes de cientos de otras yo; significa actuar y decir “ya pues, hablamos”, y pensar que cualquier otra frase no respondería a las exigencias del personaje.