El mundo andino es un misterio. Primero soy mona y lo que conozco de esa cordillera y lo que la rodea y justifica es poco; se limita a mis panas serranos y su acento, los ponchos de Otavalo, el cuero tres veces subvalorado y los gringos con gorros de colores que andan por el páramo tomando fotos por todos lados y a los que todo siempre les parece muy pintoresco y muy cheap, en el sentido gringuísimo y barato (entonces, viajado) de la palabra.
A los países que compartimos cordillera, nos rodean lugares comunes que consumimos facilito, indígenas que venden legumbres, mercados artesanales, y panas de otros lados que llevan y traen postales. Somos un circuito cerrado que solo entiende sus propios códigos y que comparte terreno con los indígenas pero no entiende ni una palabra de lo que dicen cuando hemos lanzado ya la pregunta de regateo del abrigo-bufanda-o-camisadeliencillo. Y ellos quieren, a veces, semejanzas.
Una vez escuché en TVE, en un programilla cultural, a una danesa que decía con una cara muy tristona que su música era reflexiva porque como en el primer mundo no falta nada, pues los artistas podían tener creaciones más existenciales, que muchas veces derivan en la tristeza. La danesa, super rubia y ojiverde, que hablaba castellano con acento español y que de Latinoamérica conocía solo lo que le habían contado uno de sus amigos, parecido a los míos, que vienen, toman fotos y se van, también dijo que por eso es que en el tercer mundo (o sea, donde vivimos usted y yo) se producía música alegrísima en contraparte a tanto dolor.
Y yo pensé que la colorada nunca había escuchado a los hijos del sol.
El domingo me vi madeinsusa, una película peruana con guión y dirección de Claudia Llosa, y cuando salí del cine me pregunté si Tomás me diría algo por haberlo llevado a ver una cosa tan terrible, o si sería buen hombre y entendería que me dolería en el alma cualquier comentario sobre la pérdida absoluta (salvo la semiótica) de nuestros dólares. No soy purista, y creo en lo que dice Adorno (Theodor) en una de sus teorías sobre la comunicación de masas: La civilización actual concede a todo un aire de semejanza.
Supongo que es para no perdernos. De ahí a la intertextualidad hay una línea finísima, comparable a la que hay entre erotismo y pornografía, amor y pasión o el huevo y la gallina. Pero igual le creo, porque Made, la indígena que llora y llora toda la película, a la que le cortan la trenza, se la tira el padre, la abandona la madre, le rompen los aretes , la odia la hermana, le queman sus tesoros, no se diferencia en nada a
Le doy la vuelta y pienso lo que me diría un amigo imaginario al que le haya gustado: “esas cosas suceden todos los días”. Luego yo enumeraría las miles de tragedias urbanas de cada esquina, después las hindúes, japonesas, latinoamericanas, gringas, alemanas, mudas… que he visto en el cine y le diría que sí, pero que a diferencia de Madeinusa, sus productores redujeron la porción de dolor al cálculo de los minutos de duración por lágrima emitida en el libreto.
No hay salvación. En el pueblo de ficción que creó Llosa como locación faltaban personas y espacios, faltaba demostrar que en la fiesta del pecado se vive hasta el infierno y no hasta el llanto porque por única vez los cristianos se dan permiso y faltaba decir que la manipulación y la enfermedad del ego son características que gracias al olimpo tenemos todos.
Pero todos tuvimos piojos, fueron nuestras primeras miserias, y a todos alguna vez se nos metió a la casa una rata. El sinónimo de suerte es la ausencia de la peste, y esa aldea desconocida y llena de signos es lo único que podría hacerlos llegar al final del cuento.
El limeño con acento español se admiraba de que existan por esos lares andinos personas que no sepan leer, y para no alargar-te-el cuento, era, of course, periodista, tomaba fotos con una polaroid de alta resolución y su destino era cualquier pueblo que lo aleje de Lima. Hasta que llegó a Mayacuyanu, se tira a la virgen de la fiesta de tiempo santo y después de mucho observar las 5 calles del lugar, decide ser superman.